viernes, 26 de abril de 2013

180

Hoy abrí los ojos, me levanté de la cama, me tiré en el sofá y encendí la tele.
Entonces lo vi.
Hablaban de guerras, de hambre, de pobrezza. Y yo quería verlo. Hablaban de niños muriendo, de madres sufriendo, de hombres sin nombre. Y yo, impasible. Hablaron de injusticias, de corrupción, de banqueros sin alma y sin vergüenzza. Y yo, insignificante. También hablaron de la vida de alguien que no me importa, de deportes que no son más que distracción, de información falsa de medios de pacotilla.
Y yo, pues... no sabía qué pensar. ¿Yo solo podía hacer algo? ¡Ja! Ni de broma.
Inspiré.
Exhalé.
Tenía que hacer algo.
Seguían hablando de medios falsos con información de pacotilla, de distracción en forma de esfera, de payasos de circo que no importan a nadie. Y yo, crecía. Seguían hablando de las almas y la vergüenzza de los banqueros en manos del diablo, de corrupción, de injustos con la espada de la justicia. Y yo, furioso. Seguían hablando de nombres perdidos, sin hombre; del sufrimiento de las madres de los hijos que mueren en un campo de batalla donde las armas son más inteligentes que los soldados. Y yo no quería seguir mirando. Seguían hablando de pobres, de hambrientos, de guerras.
No vi más.
Apagué la tele, me levanté del sofá, me tiré en la cama y cerré los ojos.

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